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LOS ALIMENTOS DE LA GUERRA (Parte 1)

  • Foto del escritor: Válerin Saurith López
    Válerin Saurith López
  • 8 nov 2020
  • 9 Min. de lectura

“Una perilla acciona la descarga desde la cabina de un avión o desde el aplicador terrestre. El veneno corre por los tubos y busca su destino: el aire, el agua, la tierra, los animales, las plantas, las comunidades, las escuelas, los pueblos ¿Quiénes son los responsables de ese destino?"


Exposición Ecocidas. Museo del Hambre, 23 de noviembre de 2018 (Laura Luciani, Santiago Fredes, Eduardo Molinari, Nicolas Rodríguez).

Foto tomada por Valerin Saurith. Exposición Ecocidas. Museo del Hambre.

Foto tomada por Valerin Saurith. Exposición Ecocidas. Museo del Hambre.

Foto tomada por Valerin Saurith. Exposición Ecocidas. Museo del Hambre.

Foto tomada por Valerin Saurith. Exposición Ecocidas. Museo del Hambre.


En noviembre de 2018 me encontré con la frase que inaugura este texto en el Museo del Hambre (Buenos Aires, Argentina). Los museos son lugares donde reposan y se exponen objetos e ideas que merecen ser recordadas para bien o para mal: nuestro patrimonio, nuestras cuentas por pagar, lo que hemos dado o lo que debemos como humanidad, nuestros saldos, nuestras herencias. Hay museos que exponen la guerra del ayer, pero también hay museos que pretenden revelarnos los anacronismos de nuestras guerras más vigentes.


El Museo del Hambre es:

“Una idea: que podamos encerrar al hambre en un museo.

De una vez y para siempre.

Que no podamos verlo, nunca más, afuera.

Quizás no nosotros.

Quizás no nuestros hijos.

Quizás no nuestros nietos.

O quizás sí.

Hoy, de nosotros depende”.


Argentina es uno de los países de Latinoamérica más afectados por el agronegocio que inunda el planeta con alimentos ultraprocesados y agrocombustibles (biodiesel, bioetanol, soja, trigo, maíz, girasol, maní, ganado, leche, etc.). Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y algunas zonas de Bolivia se han convertido en grandes republicas sojeras que arrasan con miles de hectáreas de selvas, bosques, ríos, territorios ancestrales, vidas. “Los monocultivos a gran escala ocupan alrededor del 80% de los 1.500 millones de hectáreas en todo el mundo. Debido a su homogeneidad genética y por tanto a su baja diversidad ecológica, son muy vulnerables a las infestaciones de malezas, invasiones de insectos, epidemias de enfermedades y, recientemente, al cambio climático” (Altieri & Nicholls, 2020)[1]. Estos modelos de producción de alimentos/energía no sólo generan crisis ambientales sino sanitarias, el COVID – 19 y el hambre son sólo algunos ejemplos de los síntomas de una enfermedad crónica mayor: el modo de producción moderno capitalista que desde el siglo XV muta, crece, se rearticula y expande por todo el sistema/mundo global. Para ampliar sobre los estragos de los agronegocios e hidronegocios en el cono sur ver bibliografía referenciada al final[2].

En agosto del presente año se llevó a cabo el primer debate del proyecto de acto legislativo número 008 del 2020 que busca “modificar el artículo 81 de la Constitución Política de Colombia con el fin de prohibir el ingreso al país, así como la producción, comercialización, exportación y liberación de semillas genéticamente modificadas, en aras de proteger el medio ambiente y garantizar el derecho de los campesinos y agricultores a las semillas libres” (Congreso de la Republica, 2020). A este debate asistieron miembros de la sociedad civil, la academia, entidades gubernamentales y no gubernamentales, redes de agricultores, organizaciones indígenas, entre otros. Una de las intervenciones que logró poner sobre la mesa otras dimensiones del problema de las semillas transgénicas, revelando una de sus caras menos visibles, fue la del representante de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), Diego Chigüachi, quien lanzó al auditorio la siguiente pregunta: “¿cómo permitimos que diariamente a millones de niños se les dé a través de la Bienestarina alimentos transgénicos provenientes principalmente de la soya?” (Chigüachi, 2020)[3]. La respuesta a esta pregunta revela cómo se territorializa el capitalismo en nuestros cuerpos, cómo la estética dominante del monocultivo se percibe en el plato, se siente en una inocente colada hecha con commodities agrícolas. En los últimos años, han sido los compañeros y las compañeras indígenas con quienes he aprendido a observar lo que a simple vista no se ve, muchxs de ellxs, así como muchxs campesinxs de nuestro país, son expertos Zahoríes a la hora de comprender la esencia sistémica del mundo, los estrechos vínculos entre la salud humana, animal, de las plantas, del agua, la ecología.

La Bienestarina es la hija estrella de las primeras políticas de alimentación y nutrición y desarrollo rural integrado de nuestro país (PAN – DRI, 1972), la hija de la revolución verde y de los paradigmas desarrollistas de la “nutrición adecuada” de la época. 15 años después de la Declaración de los Derechos del Niño (1959), el Estado colombiano produce por primera vez la Bienestarina (1976), mezcla vegetal, cuyos principales ingredientes son: harina de TRIGO, SOYA, fécula de MAÍZ, LECHE entera en polvo y una adición de vitaminas y minerales. La entrega de este producto de “alto valor nutritivo” (ICBF, 2020)[4] es una política de Estado dirigida a la población más vulnerable, sobre todo a niñas, niños y gestantes. Entregar Bienestarina y paquetes de apoyo alimentario que contienen aceites (de palma, entre otros), arroz, azúcar, leche en polvo, leguminosas, atunes en lata, pasta de trigo, etc. hacen parte de las estrategias de seguridad alimentaria que “garantizan” los derechos de la primera infancia en Colombia. En el próximo blog ampliaré algunas cosas sobre “lo retorcido” de estos “derechos”, también sobre el renombrado “Derecho Humano a la Alimentación Adecuada” (DHAA) que hoy es el derrotero mayor de las propuestas de “soberanía” alimentaria promulgadas por algunos sectores de la academia y varias organizaciones de cooperación internacional.


ICBF, 2020. “Por los Derechos y el Bienestar del Presente y Futuro de Colombia: La Niñez. Súmate por mí!”


En la página web del ICBF se pueden ver más detalles sobre qué es la Bienestarina y el número de toneladas entregadas cada mes, cada año, en los 32 departamentos del país a más de 2 millones de beneficiarios. La territorialidad de la Bienestarina ha cambiado en las últimas décadas, su geopolítica, la producción de sus materias primas a traspasado las fronteras nacionales, pero los paradigmas “científicos” que le dieron vida a sus “bondades nutricionales” siguen vigentes, incluso, a la fecha se han diseñado versiones liquidas (UHT) para ser repartidas en aquellos lugares donde no hay agua potable y no se puede reconstituir de manera higiénica la mezcla en polvo tradicional. También hay una versión especial de Bienestarina para gestantes, pues desde que estamos en el vientre de nuestras madres el Estado está atento para ser garante de nuestros derechos.


ICBF, 2020. “Llegamos hasta la puerta de las casas de los niños, niñas y madres con bajo peso y en riesgo de desnutrición de la modalidad mil días para cambiar el mundo, garantizando la entrega de 207 raciones con complemento nutricional en Puerto Guzmán, Puerto Leguízamo y Mocoa”


Hasta en el lugar más recóndito de las selvas de nuestro país, en cualquier lugar donde nace un niño o una niña, hasta ahí llega el Estado a través del ICBF: entran a los territorios pesando y tallando el cuerpo, midiéndolo y comparándolo con las métricas del cuerpo euclidiano promulgado por la Organización Mundial de la Salud (OMS)[5]. “Sólo en la dimensión del cuerpo se presta la vida a ser conservada como tal por la [biopolítica] inmunización política” (Esposito, 2005; citado en Pedraza, 2012:96)[6]. Esto no es teoría de la conspiración, yo no estoy diciendo que el ICBF tenga algún nexo oscuro con empresas como Asgrow, Campbell, Cargill, Cenex, Syngenta, Monsoy, Pionner, etc. Lo que esto revela es una cara de la colonialidad camuflada detrás de sentimientos heroicos de protección a la primera infancia. Esto es un ejemplo de cómo se encarna la Gubernamentalidad, el gobierno de la vida (Foucault, 1978). “El Estado ya no responde a la corona española, pero si a las transnacionales” (Vargas, 2016:97)[7]. Estamos ante una modalidad extractivista de control territorial, de control sobre los cuerpos/ territorios.


ICBF, 2020 “Para prevenir la desnutrición en niños, niñas, menores de 5 años y mujeres gestantes con bajo peso, beneficiarios de «1000 días para cambiar el mundo», el ICBF realizó entrega de complementos nutricionales en el departamento de Córdoba”


¿Cómo se puede explicar esta paradoja, este estado de excepción en el que se pretende cuidar la vida de unos en detrimento de la vida de otros? ¿Acaso la enfermedad y la muerte que enfrentan los pueblos fumigados del cono sur es la cura para el hambre de los niños y niñas desnutridos de Colombia? ¿Acaso la devastación de la Amazonía para instalar monocultivos de soya y ganado va ayudar a disminuir el hambre? Entender cómo se produce el hambre nos ayudará a combatir el hambre. Entender cómo se produce la guerra y cómo se racializan estas geografías nos ayudará…

Lugares en donde había abundancia de agua y de peces, hoy tienen soya, lugares en donde se cultivaban semillas diversas hoy sólo tienen maíz transgénico. Lugares en donde habían niñxs sanos y familias unidas hoy no existen, han sido desplazados o desaparecidos, son los mismos niñxs hambrientos que hoy reciben Bienestarina en las principales ciudades, son las mismas familias a las que donde sea les toca comer ese “polvo blanco moderno” (les toca porque la mayoría de veces ya no hay nada más). Está en boga hablar del “Derecho Humano a la Alimentación Adecuada” (DHAA), sin embargo, las maneras cómo se le exige al Estado que garantice tal cosa son bastantes siniestras, opacas, borrosas. En temas de derechos humanos (y no humanos) hay mucha tela por cortar e infinidades de controversias, incluso hay quienes al interpretar la ley aseveran que los derechos de los niñxs están por encima de la protección los derechos de la naturaleza y de los pueblos indígenas. Llevamos más de 50 años en esta urgencia, ocultando el lado más amargo de nuestras técnicas para producir/combatir el hambre. La Bienestarina no cura el hambre ni la desnutrición. NO. La Bienestarina produce el hambre y la desnutrición.

Mapear quienes son los proveedores específicos y actuales de las materias primas que se usan para maquilar la Bienestarina es una tarea complicada, de hecho, para las Organizaciones Indígenas ha sido bastante difícil. La ONIC, en conjunto con el Grupo Semillas tuvo que elaborar derechos de petición para saber en dónde estaban los cultivos de maíz transgénico en Colombia[8], en un inicio esta información no era pública. En el 2002 el Grupo Semillas realizó la evaluación genética de la soya que estaba utilizando el ICBF, en ese momento la mayoría era importada de EEUU sin ningún control y evaluación, el resultado arrojó que el 90% de la soya es genéticamente modificada[9].

Mientras actualizamos estos mapeos, y hacemos otros, los campesinos y los grupos étnicos de Colombia siguen resistiendo de diversas maneras. En la Mojana, Caribe Colombiano, quienes han enfrentado el despojo cotidiano y sostenido de la agroindustria reconocen que el arroz “criollo” no sabe igual al de la semilla transgénica, que el huevo “criollo” no es el mismo huevo de gallina alimentada con maíz modificado[10]. Las memorias del paladar han sido y son una de las herramientas con las que aún podemos re-existir. Al degustar un plato uno puede percibir que hay detrás de él (su identidad), aproximarse a su geografía, entender su paisaje. Muchos sabemos que la Bienestarina sabe a devastación, a contaminación, a muerte.

El hambre y la guerra son los ingredientes de una misma receta: el desarrollo. De nosotrxs hoy depende que la Bienestarina esté en el Museo del Hambre “de una vez y para siempre, que no podamos verla, nunca más, afuera”. Como nutricionistas, sobre todo quienes nos dedicamos a pensar y actuar en el área de la salud pública: no basta con rasgarnos las vestiduras recitando discursos pro soberanía alimentaria, como dice Gloria Anzaldúa “no basta con decidir abrirte, debes hundirte lo dedos en el ombligo [mirarte el ombligo], con las dos manos agrietarte”[11]. Cambiar el método, repensar la técnica. En vez de mirar con sospecha la comida tradicional indígena y sus cuerpos, midiéndolos y evaluándolos para ver si tienen o no X o Y nutriente, X o Y centímetros de talla, es hora de revisar a profundidad la salud de los territorios (los costos tóxicos de un sistema alimentario paradójico y perverso), y contraponer los datos, cruzar los mapas del hambre “del cuerpo”, con los mapas de la devastación de “los territoritos”: veremos el paisaje del hambre con más claridad, entenderemos mejor sus causas, pensaremos juntxs en otras alternativas. De nosotrxs hoy depende. La paz también entra por la boca.

[1] CLACSO, 2020. La agroecología en tiempos de COVID – 19. En línea: https://www.clacso.org/la-agroecologia-en-tiempos-del-covid-19/

[2] (a) Acción por la Biodiversidad. Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur. Monocultivos, resistencias y propuestas de los pueblos. En línea: http://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/Atlas-del-Agronegocio-Datos-y-hechos-sobre-la-industria-agricola-y-de-alimentos. (b) Fundación Heinrich Böll. Atlas del Agronegocio: Datos y hechos sobre la industria agrícola y de alimentos. En línea: http://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/Atlas-del-Agronegocio-Datos-y-hechos-sobre-la-industria-agricola-y-de-alimentos [3] Congreso de la Republica de Colombia (2020). Informe de ponencia para primer debate en primera vuelta al proyecto de acto legislativo número 008 de 2020 cámara “por el cual se modifica el artículo 81 de la Constitución Política de Colombia” (SEMILLAS TRANSGENICAS). Bogotá D.C., 12 de agosto de 2020. [4] Así es como el ICBF le llama a la Bienestarina y a otros de los productos que manufactura, para ampliar ver: https://www.icbf.gov.co/bienestar/nutricion/bienestarina [5] La resolución 2465 de 2016 adopta los patrones de crecimiento infantil publicados en los años 2006 – 2007 por la OMS para la clasificación antropométrica del estado nutricional en niños, niñas y adolescentes. El paradigma mundial actual promulgado por la OMS, y basado en la más “rigurosa evidencia científica”, es que todos los niños y niñas de “todo el mundo”, independientemente de la raza (etnia) deben crecer igual si se le garantizan condiciones ambientales como lactancia materna, adecuada alimentación complementaria y otros cuidados. Este punto es bastante controversial, complejo y extenso, a futuro dedicaré otro blog para hablar del “cuerpo como técnica” y de los dilemas tecnocientíficos de este asunto. [6] Pedraza, Zandra (2012). “La disposición de gobierno de la vida: acercamiento a la práctica biopolítica en Colombia”. Revista de estudios sociales (43) 94 – 107. [7] Vargas, Patricia (2016). Historias de Territorialidades en Colombia. Biocentrismo y Antropocentrismo. Zetta Comunicadores. [8] Ver: https://www.onic.org.co/canastadesaberes/125-cds/publicaciones/practicas-productivas/2641-la-situacion-del-cultivo-de-maiz-transgenico-en-colombia [9] Ver: https://www.semillas.org.co/es/los-alimentos-transgnicos-en-colombia [10] Camacho, Juana (2017). Acumulación tóxica y despojo agroalimentario en la Mojana, Caribe Colombiano. Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). En línea: https://revistas.icanh.gov.co/index.php/rca/article/view/5/5, https://www.youtube.com/watch?v=Umtb72oZx0A [11] Anzaldúa, Gloria. Poesía “No basta con decidir abrirte”. En línea: https://lasublimelenchitud.wordpress.com/2018/06/11/no-basta-con-decidir-abrirte-gloria-anzaldua/

 
 
 

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